Un pueblo entero se revela ante su dictador. Al no obtener respuestas de sus
quejas, incógnitas y demandas, la gente exhausta, se levanta en una horda
iracunda en búsqueda de justicia. Muchos buscando placeres ocultos y otros,
simplemente porque les place.
En un reino donde la verdad se encuentra atada a un arma, las personas no
temen, no miran atrás, y siguen su rumbo, luchando ante las armas de la verdad
y las balas del destino. La gente se cansa, ya no existe más el pueblo manso
que una vez fue pisoteado. Las viseras toman primer plano, se ponen en primera
persona y actúan por sí solas, tan instintivamente que los convierte en
animales salvajes. Treinta veces si predijo ésto, pero ya no hay letras ni
palabras que puedan apañarlos. Los puños y las banderas son sus voceros, las
antorchas quedaron en la edad media, para ser remplazadas por máscaras,
cachiporras y demás instrumentos golpeadores.
Si el mundo perdiera hoy la cordura, estaríamos bajo el fango juntando tierra
para comer y buscando donde poder respirar para seguir con la inercia de la
vida misma. Como si fuera tan barato vivir, que hoy, somos monos sin patines,
buscando nuestra suerte o un dueño que nos consienta.
Con espuma en la boca y los ojos dados vuelta, me revuelco en el piso,
clamando piedad y esperando que se apiaden de mi larga agonía y extiendan mi
periodo de calma. Con los brazos paralizados y mis piernas en constante
temblequeo, intento surgir, surgir a una verdad perdida y oculta por los mares
fríos y profundos del desespero. No encuentro preposiciones para apañarme, pero
si encuentro armamento bélico para conquistar mi mente y psquis e intentar huir.
La sangre ya no se derrama en mi piel, simplemente se coagula con el oxigeno,
ya mis pulmones bastos de nicotina, extienden su último movimiento muscular.
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