Y un día, tras idas y vueltas llegué, llegué a aquel lugar donde solía imaginarme un paraíso tan cálido y amable que hasta en los sueños más oscuros se podía ver acogedor. Con un largo camino por delante y varios obstáculos que cesaban por momento vagos, logré llegar, logré asentarme y pude, bajo todo tipo de presión, sentirme parte de aquello que alguna vez fue solo una fantasía.
Mis sentidos no bastaban para lograr conocer todo aquello que albergaba ese sin fin de cosas nuevas, que, de un día para el otro llegaron a conformar un icónico lugar. Mi estado de mente aún conlleva consigo un sin fin de viejos códigos que ahora ya caducaron, porque ante todo, el egoísmo innato del ser humanos reina sobre éste pequeños mundo de almas en pena.
Con un gran corazón en constante desangre y una agotadora agonía el alma se cura y sana, pero el dolor eterno de una profunda decepción, perdura, perdura por muchos años, quizá por varias vidas, incluso la infinita tristeza se convierte en un infinito dolor punzante en los rincones más remotos del corazón.
¿Y si algún día dejamos de ponerle tantos valores a las personas y simplemente las dejamos pasar?
A lo mejor, la vil realidad es, que, justamente en éste mundo, el ser humano está muy supervalorado y ya no vale ni una mínima parte de lo que nosotros creemos.
Por eso, hoy, luego de tantas idas y vueltas logré llegar a ese reino tan lejano y tan cercano llamado silencio.
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