Me quemo en el fondo de la hoguera. Ardo en el mismísimo infierno que expresa el sufrimiento sobre la tierra. Derrito mis pocas neuronas, incinero mis sesos, mi conciencia, mi ser, mi todo. Exploto en un mar de furia sofocada en llamas, calor, y perdición. Expreso mis pensamientos paganos en pequeños golpes, en reacciones inertes. La máxima expresión de dolor y perdición, el comienzo de un fondo gris y oscuro que carcome mis pensamientos, mi ser, mi esencia. Quizás así esté en mis pisadas, pero en el fondo, el fuego quema mi persona y se la lleva hacia donde el viento la traslade.
Nunca fue tarde para volar, para sentir el viento en mi rostro, la adrenalina de no tener nada, que ser uno mismo y correr bajo la brisa y nada más. Elevarme tan alto que no pueda volver a bajar, porque, no tengo nada ahí abajo.
Aún siento como ardo en grandes llamas que se llevan mi cuerpo, mi aura hacia un lugar incoloro que desconozco en mi entorno. Lágrimas como ácido que recorren mi rostro van quemando mi cara hasta llevársela por completo. Fuego espeso y líquido que degrada mi cráneo y mi nombre. El dolor ya no tiene nombre ni sustancia, es simplemente un mar de cenizas degradadas por el viento y llevadas hacia la nada misma.
No corro en círculos, simplemente me traslado en mí mismo para no llegar al final de los días que tengo en cuenta regresiva desde hace tiempo largo. Aún es fácil, pero mis alas no pueden volar. No respiro, porque quema, no hablo porque duele y no veo, porque simplemente no tengo que mirar.
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