En éste momento me encuentro en el fondo del mar, pero no tocando el suelo, sino en lo más profundo del océano, donde casi no llega la luz solar y la vida es escasa, aún así el piso está lejos. Estoy sumergido y con los ojos abiertos, viendo la tenue luz, con la garganta llena de agua y el pecho totalmente cubierto, respirando agua por la nariz y llenando mis pulmones, pero no de oxígeno. Inmóvil, pero consciente de todo, de lo que pasa, de lo que siento dentro y fuera del cuerpo, con nervios hasta en el lado más lejano del cabello, sintiendo todo, como si fuese una parte de mi cuerpo por separado, como si cada una tuviese conciencia propia.
Así me siento ahora, ahogado, con el pecho lleno, pesado, pero no lleno de agua u oxígeno, sino de tristeza, la más fría, oscura y profunda tristeza, de esas que no te dejan ver, que te nublan la vista, y que te ponen al límite con cada sentido y con cada latido.
Eso siento en éste momento, mientras escribo, mientras intento respirar, me encuentro en el fondo del mar, ya sin poder hacer nada, dejando que la marea me lleve hacia donde lo disponga y esperando que por mi venas ya no corra sangre sino agua, quizás con un reloj en cuenta regresiva.
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