Un día levanté la mirada y te ví, me quedé sin piel, sin aliento y sin neuronas. Nada que decir al respecto, ya no cuento los días, no hay tiempo, solo te ví. Si quisiera cantar no podría, no tengo voz, no tengo cabeza ni recuerdos. Despegaste mi lóbulo frontal tan abruptamente que ya ni cuenta me doy si estoy dormido o consciente.
Tanta luz convertida en oscuridad, tanta luz hecha sombra, tanta misericordia, y aún así, tan solo por un corto tramo de agotamiento pude distinguir lo que ya no es un simple echo, sino un corto golpe letal, visceral y críptico, quedarse sin aliento ante tanto peligro, con el miedo de destrucción masiva que eso conlleva.
Verte para darme cuenta que ahí está la persona que va a convertir mis días en oscuridad absoluta, y creer que ya no hay escapatoria, porque de la humanidad ya no nos podemos escapar. Sentir el miedo tan dentro que los nervios se congelan y los huesos se pulverizan.
Perder la voz de tanto gritar, intentar correr y aún así morir en el intento.
Y he aquí, muerto, colapsado y obsoleto.
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