Querido diario:
Ayer pasé por donde vivías, con una gota de tristeza y un sabor tan áspero que cerraba mi garganta, observé hacia el firmamento, me sentí tan pequeño que hasta se me cortó la respiración. Por un momento, breve, pero momento al fin, pude deshojar todos mis recuerdos en un gran bote de basura, prácticamente resetee mi cabeza.
Como si fuera un suspiro, logré pensar tan fuerte que ya no pude distinguir si estaba en la realidad o, perdido entre tanto silencio. La inmortalidad humana que vive en nuestra cabeza es casi tan finita como nuestro siclo de vida, y, quizá aún más pequeño si nuestro karma alineara los planetas contra de nuestra voluntad.
En ese momento comencé a masticar mis sesos para poder comprender en qué parte del subdesarrollo emocional me encontraba, porque, claramente, con voz ronca pude nombrar tu nombre. Ya ni sé en dónde estoy y como llegue, porque a veces caminamos siguiendo un instinto casi tan lógico como irracional. No pude comprender, porque, ayer sentí que la calle me habló, sentí como cada rincón me transmitía la última voluntad de permanecer con vida dentro de ese paradigma sonoro. En caso de que fuese correspondido dentro de la locura, llegaría a la conclusión de que fue mala idea darle importancia. Sentí, que, con el paso del tiempo, logré desistir.
Pasadas cuatro horas dentro de las normales antes de perder el conocimiento, llegué a la conclusión de que ya no estoy vivo, porque me resulta muy difícil engendrar empatía. ¿Ya puedo dejar correr el tiempo?
Y, finalmente, ya sé que ahora solo tengo qu
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