Y un día, después de tanta lluvia, sale el sol, salió, más brillante que nunca sobre aquel horizonte que parecía perdido luego de ver tanto llover. Y si fuese un poco más lúcido lo hubiera apreciado de otra manera, y quizá, frente ha tanta espera mis ojos se desquebrajarían con el resplandor de aquella gran oportuna acción coherente. Con una fuerza interior pude ver el gran recorrido de éste astro que ante notoria acción me derretí entero, pero sin abrir la mirada hallé la oportunidad de dirigirme hacia él y poder tocarlo.
No encuentro adjetivos, tampoco verbos, no puedo ni respirar frente a él. Y hoy, ahora, y entonces me encuentro rodeado de un destello infinito de luces de colores y quizás pierda la cordura y me ahogue en mi propia saliva, pero aquello era de única oportunidad, grandes magnitudes que frente a mí, carecían de lógica alguna. Sin poder desarmarme por completo, cierro mi ciclo, destrozo mis huella e intento brincar sobre sí, como si fuese la última oportunidad.
Luego de completar su curso y de ver el intercambio y la mezcla de colores, no encuentro forma de expresarlo y mucho menos de dibujarlo, porque es tan común y cotidiano que muchas veces perdemos la percepción hacia él, y de alguna manera abstracta no logramos describirlo. Fuerza en mí, gran fuerza que empuja me de todo.
Luego del atardecer, culmina su ciclo, su oportuno ciclo que no es casual, ante el primer lucero que proclama el cielo como propio, pasa a ser parte de la bolsa de lo que no es indispensable, para convertirse en uno más, porque todo es repetitivo y hoy, es, cuando un hecho que deja de ser cotidiano comienza a tomar una gran valides humana y nos deja perplejo ante nuestros ojos y decimos muchas veces; *gracias*.
Hoy, ya sin aliento y con mi vida a medio terminar escucho ofertas, ofertas que me valgan, que me den sentido y que me logren hacer sentir vivo al menos una vez más.
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