jueves, 11 de noviembre de 2010

Karagandá.

Cuantas veces me perdí dentro de la oscuridad y aún siguiendo los reflejos de luz, no he podido salir. Tal vez sin querer, o talvez una parte sí y la otra no, o simplemente atrapado entre los confines de un lado tan oculto que quizá ya era imposible de poder partir.

Entre miles de contrastes, diferentes colores, tonos y luces epilépticamente brillantes y quedando íntegramente cegado, pero sin poder reaccionar, inmóvil.

Perdido dentro del cosmos, entre estrellas, planetas, cuerpos azules, cometas, nebulosas, y millones de formas celestes sin cuerpo y sin poder distinguir, pero, que siempre quieren y son algo, que a través del ojo humano obtienen una identificación, porque sí, porque en realidad, ningún Dios, lo dijo, sino, el mismo humano, tan débil como una mínima planta, creyéndose el amo del universo, de la verdad, del cosmos, de los planetas y de todo cuerpo con o sin vida girando por ahí. Como si hubiera una única verdad, como si un NO o un SI, fueran palabras tan determinantes como la muerte o la vida misma. Tan erróneamente viviendo todos dentro de una comunidad tan equivocada como millones de teorías integradas al conocimiento humano como un lavado de cerebro. Y aún así, entre todo eso, intento poder salir a flote como si fuera un montón de aceite dentro de un vaso de agua.

Que difícil se me puede hacer cuando no solo tengo en contra los tres párrafos anteriores sino que también a mí mismo.

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