Estuve muerto mucho tiempo, muchos años, oculto, sin respirar, inmóvil en un mar de mí mismo, tan oscuro, como impenetrable. Perpetua de sentimientos intangibles, obsoleta de abstinencia emocional.
Ni siquiera registro el conjuro en el cual estuve metido, años de oscuridad, apagado, inerte, abolido de movilidad y sordo de sarcasmo.
A veces necesitaba necesitar, hasta el punto más remoto de mi voluntad, pero no bastaba con eso, siempre quería más y más a tal punto de caer muerto.
Los años pasaban, la gente pasaba, la vida pasaba, una y otra y otra vez, como un reloj de arena, tan lento como rápido a la vez, en carne viva el tiempo cortaba, pero en tercera persona solo pasaban segundos.
Nunca una realidad motriz, siempre espejos cortados distorsionando mi reflejo, alterando mi psiquis y apagando mis sentidos.
Eso es lo que puede lograr uno mismo, sin cimientos sólidos y con una brutal caída emocional.
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